La zona de la Marina, en general; y enclaves costeros como Dénia, en particular, ha sido durante muchos años un nido de corsarios dada su privilegiada situación geográfica, que convertían a su puerto en uno de los pocos fondeaderos que había en el Mediterráneo español.
La tradición se remonta muchos años atrás. Ya en la época islámica, el rey Mujahid construyó gran escuadra formada por marinos y piratas. Tras la reconquista cristiana la ciudad continuó siendo un enclave estratégico para los corsarios, hasta el punto de que entre 1406-1476 el gobernador concedió licencias para armar las naves bajo patente de corso. En Dénia había catorce, siendo el mayor porcentaje de todo el reino.
Los tipos de embarcaciones variaban dependiendo de las posibilidades que ofrecieran para alejarse más o menos de la costa. Generalmente eran naves muy rápidas y aptas para llevar a cabo una buena navegación. Predominaban los leños o bergantines, fustas o galeotas de unos 15 ó 20 metros de eslora, algunas sin cubierta. Podían llevar alguna pieza de artillería de bajo calibre. Muchas de estas embarcaciones se dedicaban también a la presa de esclavos moros y negros, que posteriormente se vendían en los mercados de Alicante, Orihuela y Guardamar. Sin embargo, en 1448 el corso ilegal fue perseguido por las autoridades, acabando con este libertinaje.
El naufragio de la fragata Guadalupe
La Guadalupe era una fragata real con 34 cañones, forrada de cobre y una tripulación de 327 hombres. El 16 de marzo de 1799, a las 4 de la mañana, huyendo desde el día anterior de buques ingleses y bajo un fuerte temporal de levante, la Guadalupe embarrancó en la denominada Punta del Sardo, a apenas 100 metros de la costa de Dénia. Algunos de los marineros pudieron alcanzar tierra a nado, informando de lo sucedido.
Hacia el mediodía el buque ya tenía muchas vías de agua, lo que obligó a la tripulación a lanzar al mar los cañones y municiones para elevar la línea de flotación. Pero fue en vano, porque a las cuatro de la tarde un nuevo embate partió la Guadalupe en tres partes. Muy pocos marineros pudieron llegar a tierra firme. Sin embargo, uno de ellos volvió con un cabo que lanzó al hacia la parte
de proa, montando una especie de andarivel por el que se salvo mucha de la tripulación. El resultado final del naufragio fue terrible. Hubo 107 muertos, que se enterraron en la costa dianense, frente al naufragio; y 40 desaparecidos. Sólo 180 hombres lograron salvarse.